Percy Cayetano Acuña Vigil

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Un Brexit duro:

LB

Las exigencias de Londres fraguan un frente duro en la UE sobre el ‘Brexit’

Las capitales comunitarias contraatacarán duramente en la negociación a los controles migratorios

Bruselas 9 OCT 2016 - 10:53 CEST

 

François Hollande, Angela Merkel y Jean-Claude Juncker, en Berlín. Sean Gallup / EFE

Se irá dando un portazo: Londres quiere poner coto a la inmigración europea y sacarse de encima al tribunal de la UE sean cuales sean las consecuencias. La batería de exigencias británicas, desveladas esta semana y remachadas con tintes casi xenófobos, obra milagros en el continente: la UE cierra filas, sin fisuras, en pos de un Brexit duro. El férreo discurso británico ha fraguado un frente común en las capitales. Tras años de divisiones, Europa redescubre su instinto de supervivencia y coincide esta vez en lo esencial: no habrá negociación hasta que Londres active su salida, y no habrá acceso al mercado único sin libre circulación de personas. Los matices resurgirán durante la larga negociación que se avecina. Pero de momento solo una cosa está clara: será un divorcio desagradable.

La salida del Reino Unido de la UE será extremadamente compleja. Una legión de abogados por ambas partes corre el riesgo de convertir la negociación en una versión cómica de una batalla campal interpretada por los Monty Python. Pero a estas alturas es relativamente fácil de resumir con apenas un par de brochazos: el Brexit será duro. O muy duro.

La primera ministra británica,

Theresa May, ya ha dejado claro que no pondrá paños calientes a su estrategia. Ha intentado una prenegociación encubierta, pero se ha topado con la negativa en redondo del continente. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, han reaccionado al unísono: las exigencias británicas colocan al país fuera del mercado único. Merkel y Hollande coinciden en que Londres debe pagar un precio; nadie quiere un Brexit suave que abra la puerta a otras deserciones. Pero esta vez no son solo Berlín y París: toda Europa cierra filas, con dos mantras que repiten los diplomáticos italianos, los españoles, los comunitarios, incluso los aliados tradicionales de los británicos (los países del Este, los nórdicos, Holanda). Uno: no habrá negociación, ni siquiera informal, hasta que May active la desconexión.

El Brexit es lo contrario del ajedrez: mover primero da ventaja al contrincante, y a Londres le toca abrir la partida. Y dos: Reino Unido no moverá sin aranceles sus bienes y servicios por toda Europa si cierra las puertas a los ciudadanos de la UE. May ha lanzado su afrenta: controlará la mal llamada inmigración y rechazará la tutela del tribunal europeo de justicia. Ha llegado a plantear incluso que sus empresas hagan listas de empleados extranjeros. El contraataque europeo a ese nacionalpopulismo de nuevo cuño es rotundo: esa actitud deja a los británicos fuera del imponente mercado único (500 millones de consumidores).

Londres y Bruselas están obligadas a negociar, como mínimo, un acuerdo comercial, que puede tardar años y exige pactar las condiciones del periodo de transición. Tal como están las cartas, los británicos podrían obtener muy pocas ventajas y pasarían a ser un país tercero, con relaciones como las de EE UU, China o Brasil, con alguna ventaja por su estatus especial. En lo político, Londres puede tener problemas con Escocia o Irlanda del Norte, y Europa con sus reflejos populistas, que pueden traducirse en otras peticiones de salida del club. Pero en cuanto al impacto económico, Reino Unido tiene las de perder: el 45% de sus exportaciones van a territorio comunitario; el 16% de las europeas aterrizan en suelo británico.

Estas son, grosso modo, las posiciones de los grandes países, según una docena de entrevistas con fuentes diplomáticas.

Berlín: dureza suave.

Merkel ha dicho en público que no habrá concesiones “sin la aceptación completa de las cuatro libertades fundamentales”. En plata: nada de limitar la entrada de europeos a unas decenas de miles de trabajadores al año, tal y como sugiere el Ejecutivo británico. La retórica del Gobierno alemán es algo menos contundente que la de París o Bruselas. Para salvaguardar sus exportaciones, los capitanes de la industria piden más suavidad, pero Merkel les ha pedido silencio.

La canciller acepta crear mecanismos para consultar a Londres en asuntos como defensa y seguridad. Pero mostrará las garras en otras áreas, en especial con la City (para hacerse con una parte del pastel). “Para evitar el portazo de los Veintisiete, Londres querrá testar las aguas antes de negociar en marzo. Ese será un momento complicado. Pero lo más difícil será definir la relación futura entre la UE y Reino Unido, y eso llevará tiempo: aún no sabemos qué quieren los británicos, y podemos tardar años en pactar. Las empresas están preocupadas”, explican las fuentes consultadas.

París: dureza pétrea, y ojo con Berlín.

Hollande ha explicado en público que las demandas de Londres exigen un alto precio para alejar consecuencias políticas indeseadas. “Hay que evitar dar alas a populistas como Le Pen. Nada de Brexit benevolente: el Brexit será duro”, afirma un diplomático con contundencia. “No hay final feliz en esta historia”, añaden tajantes fuentes del Elíseo, informa Carlos Yárnoz.

París cree que en algún momento Berlín puede rebajar el nivel de dureza por los intereses de su industria, pero recuerda que las patronales germanas también intentaron aguar las sanciones a Rusia y fracasaron. Los franceses temen que Berlín acabe albergando a las entidades financieras que puedan huir a Fráncfort por el Brexit: eso supondría una Alemania aún más fuerte en Europa. Para contrarrestar ese movimiento, París confía en reforzarse como potencia militar. “Puede haber grados de dureza con el Brexit. Pero el primer plan desvelado sobre inmigración es un revés para quienes pensaran que Londres va a desempeñar un papel constructivo”, añaden.

Roma: no a los ciudadanos de segunda.

Los italianos fueron flexibles antes del referéndum del Brexit, pero ahora elevan el tono. “Es imposible dar a los británicos un trato mejor que el que tienen otros países ajenos a la UE”, ha avisado Matteo Renzi. Roma subraya que no va a ser mascarón de proa contra los británicos porque Italia tiene otros problemas: el referéndum de diciembre, la inmigración, la banca. Su mayor preocupación es preservar los derechos de las decenas de miles de italianos que trabajan en Reino Unido. “No puede haber trabajadores de segunda”, apuntan fuentes diplomáticas, en un mensaje que coincide con el de los países del Este.

Madrid: énfasis en Gibraltar y Escocia.

Madrid coincide con Roma en su preocupación por los 200.000 españoles que viven (oficialmente) en las islas. Y se alinea con Alemania para evitar un impacto económico desmesurado: Reino Unido es el cuarto socio comercial español y un mercado clave pare el turismo. Al mismo tiempo, aplaude la dureza francesa en lo estrictamente político: a España le preocupan Gibraltar y Escocia. El Gobierno reclama cosoberanía en El Peñón, incluso con alguna subida de tono en el Ministerio de Exteriores, y advierte de que no habrá trato de favor para mantener a Escocia en la UE, con el proceso catalán en el horizonte. “Francia será más dura hasta que pasen sus elecciones por miedo a Le Pen, pero puede que Alemania lo sea después para tratar de quedarse con parte de la City”, apuntan las fuentes consultadas. “Londres jugará a dividir a los europeos”, concluyen.

Bruselas: divorcio sucio.

Los negociadores de las instituciones cuentan, de momento, con un amplio respaldo, pero deben conjugar las demandas del Este (dureza contra los controles a la inmigración) con otras sensibilidades (los nórdicos, por ejemplo, se muestran más laxos, más proclives a encajar las demandas británicas). “Londres logrará, como máximo, el acuerdo que se le ofreció a David Cameron en febrero: pero es ridículo todo este ruido para eso. Habrá un Brexit duro: un pacto comercial con alguna ventaja. Eso obliga a Londres a rebajar mucho sus expectativas”, apuntan fuentes comunitarias.

“Será un mal acuerdo, porque la brutal lógica europea obliga a que estar fuera sea peor que ser socio de la UE. Los británicos son grandes negociadores, pero no van a poder picotear. No va a haber acuerdos sectoriales selectivos. El resultado no puede ser beneficioso para Londres si impone un freno a la libre circulación de personas. A partir de ahí, todo va a ser sucio, desagradable y tremendamente difícil”, según fuentes europeas.

 

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