Hoy es el gran día para Inbal y Dori. Llevan dos años esperando este momento. El kibutz Gal-on decidirá esta tarde en asamblea si acepta a esta joven pareja israelí como miembros. Habrá una votación y, si todo va bien, Inbal y Dori se convertirán en una de las miles de parejas culpables de la resurrección del colectivismo en Israel.
Los cientos de kibutz que encandilaron a la progresía de medio mundo durante los primeros años de existencia de Israel cuelgan ahora el cartel de completo. Con 143.000 miembros, los kibutz no habían tenido nunca antes tantos pobladores en sus 102 años de vida. Hoy los jóvenes quieren sentir el contacto con la naturaleza y el calor de la vida en comunidad. Pero sobre todo vuelven porque el 75% de los kibutz han cambiado a golpe de asamblea la forma de organizarse. Los miembros aún comparten mucho –comedor, coche, escuela, sistema de pensiones…–, pero ya no tanto como antes.
El individuo ha ganado terreno al grupo. Se han modernizado y adaptado a las exigencias de una sociedad más individualista, dicen unos. Se han descafeinado hasta casi perder su razón de ser, piensan otros. Lo cierto es que han cambiado y que ese cambio ha seducido a miles de israelíes, a los que la colectivización total asfixiaba. Tras décadas de declive, aquellos experimentos sociales que sorprendieron al mundo florecen de nuevo.
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