Peligrosas tendencias a la desestabilización
Europa, un estallido procedente del pasado Ucrania y Oriente Próximo amenazan la estabilidad del continente entero.
Joschka Fischer 15 AGO 2014 - 00:00 CEST
Si hay un episodio histórico que aún hace estremecerse a la mayoría de los europeos, incluso un siglo después, es el estallido de la I Guerra Mundial, la catástrofe europea de consecuencias trascendentales que comenzó en los últimos días de julio de 1914. En realidad, exactamente 100 años después, tras dos guerras mundiales y una Guerra Fría, el estremecimiento es más pronunciado que nunca.
En vista de la sangrienta historia de Europa, los Estados que crearon la Unión Europea actual optaron por la no violencia, la inviolabilidad de las fronteras, la democracia y el Estado de derecho. Optaron por la cooperación, incluso la integración, en lugar de la confrontación militar y el desarrollo económico en lugar de la política de poder; pero esta “Europa de la UE” se está viendo lanzada atrás en el tiempo y desafiada, una vez más, por el regreso de la política de poder en sus fronteras y en su vecindad inmediata.
En el este, el Kremlin del presidente Vladímir Putin quiere cambiar las fronteras nacionales por la fuerza y conseguir así el resurgimiento de Rusia como potencia imperial mundial. Entretanto, el caos y la violencia —más marcados en Siria, Irak y Gaza que en ninguna otra parte— amenazan con invadir todo Oriente Próximo y ponen en entredicho la integridad territorial de Estados que en gran medida son consecuencia del acuerdo de paz tras la I Guerra Mundial.
A la Europa pacífica y posmoderna le resultará difícil afrontar las amenazas que entraña el restablecimiento de la política de poder. La UE se ha más que duplicado en tamaño desde 1989, cuando el comunismo se desplomó en la Europa central y oriental; pero la Europa de la UE no ha alcanzado su forma final, políticamente integrada. Más importante es que no estaba concebida para afrontar las amenazas de la política de poder; los viejos Estados-nación de Europa son demasiado pequeños y débiles, mientras que la política exterior y de seguridad común sigue sin desarrollarse suficientemente.
La vecindad se ha vuelto cada vez más insegura y exige reacciones que ningún Estado puede adoptar en solitario
Y, sin embargo, muchos europeos creen que la UE y Occidente no deben, sencillamente, dar carta blanca al comportamiento canallesco de Putin. En la Ucrania oriental está en juego algo demasiado importante: la paz y el orden de todo el continente. Los pasajeros, la mayoría europeos, del vuelo 17 de Malaysia Airlines, derribado sobre el territorio controlado por los rebeldes, pagaron con su vida la tardanza en comprenderlo por parte de las autoridades.
El momento en que se producen los acontecimientos históricos importantes no suele ser fruto de una elección. Así, pues, la cuestión fundamental tras haberse producido siempre se refiere a la rapidez con la que se determinen correctamente sus consecuencias. Los dirigentes de Europa tardaron muchísimo en comprender que toda la confianza que habían puesto en Putin y la tolerancia que habían mostrado para con su política de violencia e intimidación sólo había servido para que se intensificara y ampliase la crisis de Ucrania. De hecho, sólo después de que 300 civiles murieran a bordo del MH-17 se decidió la UE a imponer unas sanciones económicas que tendrán efectos apreciables en la economía rusa.
Desde el punto de vista de la política exterior y de seguridad común europea, no se debe subestimar la importancia de dichas sanciones comunes de la UE, aprobadas hace unas semanas. Al primer paso dado por la UE (las sanciones efectivas) debe seguir lo antes posible el segundo: una “unión energética” que permita a Europa acabar con su dependencia de los suministros energéticos rusos.
No hay a la vista una solución para las tribulaciones de Irak, Siria o Gaza y los conflictos pueden extenderse aún más
Respecto de Oriente Próximo, los problemas que se plantearán a la capacidad de Europa para actuar colectivamente serán aún más difíciles de superar, lo que refleja la presencia dentro de la UE de unos fuertes bandos proisraelí y propalestino, que suelen neutralizarse; además, los conflictos que se están produciendo actualmente en Oriente Próximo son mucho más complejos que el de la Ucrania oriental.
Es probable que a los países actualmente más afectados por la agitación en esa región —Irak, Siria, Líbano, Israel / Palestina, Egipto y Libia— se sumen pronto Jordania, Yemen y los Estados del Golfo. Además, agravan aún más la crisis factores como el programa nuclear de Irán y la competencia —intensificada por el conflicto sectario— entre el Irán chií y la Arabia Saudí suní por la supremacía regional. No hay a la vista una solución (o soluciones) para las tribulaciones de Oriente Próximo.
Actualmente, sólo se puede predecir con gran confianza un resultado: una mayor intensificación del conflicto, que amenazará con sumir toda la región en el caos, lo que propiciará una mayor violencia y un mayor riesgo de contagio. Por ejemplo, existe un peligro real de que se exporten algunos aspectos del conflicto de Oriente Próximo a la vecina Europa. Le guste o no, la UE tendrá que afrontar esos conflictos, porque es probable que las decisiones sobre su seguridad interior y exterior se tomen en Oriente Próximo tanto como en Bruselas y en las capitales nacionales.
La vecindad de Europa se ha vuelto cada vez más insegura y esa evolución requiere reacciones estratégicas que ningún Estado europeo por sí solo puede adoptar. Así pues, la orden del día es una mayor profundización de la integración de la UE y una revitalización del diálogo sobre la política exterior y de seguridad común.
Lamentablemente, un siglo después de que la política de poder moderna desencadenara una guerra que mató a más de 10 millones de sus antepasados, muchos europeos de la UE siguen reacios a prepararse para la tormenta que se avecina. Hemos de abrigar la esperanza de que esta situación cambie más pronto que tarde: prepararse es siempre mejor que estremecerse.
Joschka Fischer fue ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005 y dirigente del Partido Verde alemán durante casi 20 años.
© Project Syndicate / Instituto de Ciencias Humanas, 2014.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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